Periodismo imprescindible Sábado 21 de Diciembre 2024

Mi vida 
con #Karmita

Ocultos bajo una máscara tierna y una piel suavecita están unos aliens de aspecto adorable con la misión de apropiarse de nuestras mentes, gustos y expectativas para coronarse como nuestros amos. Hay que decirlo, en historias de la vida real como la mía, la maternidad apesta más que los 7 300 pañales que #Karmita usó en sus primeros dos años de vida
08 de Mayo 2017
24-25
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POR: GABRIELA GUTIÉRREZ M.

He sido periodista desde hace 14 años. Las coberturas de riesgo forman parte del “paquete”, son como el martillo para el carpintero: he investigado trata de niños en la frontera de Chiapas con Guatemala; feminicidios en Ecatepec, Tecámac y Tultitlán; he conversado con sicarios, homicidas, secuestradores; incluso, escribí un amplio reportaje de la industria de la corrupción y el sexo en cárceles de la Ciudad de México. Pero de todo ello, la cobertura de mayor riesgo y más demandante, que me ha dejado más cansada, estresada y con los pelos de punta, ha sido la que empecé el 11 de junio de hace cuatro años, cuando nació mi hija

Criar a Sofía –conocida como #Karmita en las redes sociales– ha sido un parto continuo desde que llegó a este mundo. Comenzó con la detección de una cardiopatía cuando tenía un mes de nacida, seguido de reflujo, constantes gripas, infecciones. Durante el primer año de vida, veía más a su pediatra que a cualquier amigo.

Las noches de desvelo no terminaron cuando #Karmita logró dormir de corrido más de ocho horas, porque –como muchos saben– cuando los niños duermen, las madres “aprovechan” para hacer todos esos pendientes que el pequeño dictador no les permite realizar: llámese tareas domésticas, administrativas o, como en mi caso, escribir.

Todo el mundo te habla de que ser madre es “la mayor bendición”, de que por fin uno “se realiza”, que “ya no estarás sola nunca más” –sí, todas esas frases las escuché en muchas, muchas ocasiones. Pero nadie te habla de que tu individualidad queda suprimida para pasar a ser “el algo de alguien”. Ya no eres tú, sino la nana-cuidadora-enfermera-mesera-paseadora-clarividente de alguien. Porque, al fin y al cabo, de eso se trata la maternidad, ¿no? Del eterno sacrificio. De hecho, según un estudio de la Universidad de Mary Washington, saber que nos sacrificamos por los hijos, nos hace sentir mejores padres (whaaaat?!). ¡Ay Sara García, Marga López y otras más, cuánto daño nos hicieron!

La maternidad es una jornada adicional de trabajo, que lejos de sumar algo al ingreso familiar, ametrallea los bolsillos. Según la tienda online bebe2go.com traer un bebé al mundo cuesta en promedio 260 000 pesos. Esta cifra incluye gastos realizados durante los nueve meses de gestación (ginecólogo, estudios, vitaminas, parto, más estudios) y los primeros nueve meses de vida (muebles, ropa, pediatra, vacunas). El portal bbmundo.com hizo una estimación similar, para el primer año de vida: 248 000 pesos.
Sin embargo pareciera que es pecado quejarse de semejante “bendición”. Y si alguien osa hacerlo, en automático es tratada como monstruo, como egoísta, al menos. Pero lo cierto es que hay que hablarlo. Es necesario.

La primera vez que me atreví a decir que la maternidad apesta fue en un “círculo seguro”, con las que son mis tres mejores amigas desde la adolescencia. Allí hemos revelado los pensamientos y los actos más perversos, sin emitir juicios –lo sé, soy privilegiada de contar con ellas–. Pero aun así me costó trabajo.

Comencé hablando bajito, con rodeos –algo completamente extraño en mí–, cuando finalmente salió la frase llena de culpa: “De haber sabido que era así de cansado, quizá no me hubiera embarazado”. Me sorprendió escuchar la respuesta: “Yo tampoco”. ¡Fiiiiuuuu! ¿En serio? Pensé que yo era la descompuesta, con el instinto maternal defectuoso, con ese supuesto amor materno interminable averiado. Creí que era una perra egoísta, pero resultó que no, que esos pensamientos son más comunes de lo que creemos, mas no todas tenemos un círculo seguro para expresarlo y las mujeres necesitamos despotricar, sí, lo necesitamos.

De vez en cuando, deberíamos poder decir cuánto odiamos convertirnos en esas señoras con sobrepeso, sin tiempo ni para bañarse, mucho menos para maquillarse y arreglarse como antes, ser suprimidas por ese pequeño ser que amodiamos más de una vez al día. Pero antes, como sociedad, necesitamos saber que está bien sentirse así, que está bien quejarse y que no, la maternidad no es para todas, y también necesitamos respetar eso.

También necesitamos decir estas cosas en voz alta, para que las niñas y las adolescentes no crezcan con la idea de que ser mamá está cooooool, o de que es la única opción de “realizarse como mujer”.

Me ofrezco para ir de gira a hablar de mi experiencia sobre la maternidad a secundarias y preparatorias para reducir la tasa de embarazo adolescente. ¡Ya verán que después de escucharme hablar, las niñas y niños se ponen hasta doble o triple condón!

La crianza es 90 % berrinches, tareas domésticas (hacerles de comer, lavar sus trastes, su ropa –mucha, mucha ropa–), regañarlos, llevarlos a algún lugar (escuela, actividades extraescolares, citas de juegos, claro, porque ya no es nada más de que un niño llegué y toque la puerta del otro para pasar un buen rato, ahora hay que fijar “citas”). Y el resto –ese bendito 10 %– es por lo que todo este suplicio vale la pena: la parte de ser testigos de todas sus primeras veces y su respectiva celebración, que nos permite rozar un poco la felicidad con el más mínimo logro, el amor incondicional en unas manitas que no serían capaces de sostener una taza y la infinidad de frases y preguntas chistosas. Y, claro, ese tremendo ego fortalecido cuando vemos que nuestro minimí se va pareciendo a nosotras.

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